martes, 16 de junio de 2009

El zorro y la jauría

Desde el punto de vista argumental, ésta es una historia demasiado compleja para ser contada en una fábula; aun así trataremos de hacerlo, pero desde ya anticipamos una probable debacle: la materia, cuando no se encuentra bien asentada, cae por su propio peso.
Fue en los comienzos de la primavera; venía la jauría hacia el monte cuando el zorro la sintió de lejos. ¿Era el zorro el destino de esa infame agrupación de perros? Nadie podía saberlo, pero a él le parecía. Hacía tiempo que venía sufriendo síntomas extraños que le causaban ansiedad. De pronto se le antojaba que toda la selva vivía pendiente de él, en ocasiones notaba que lo espiaban por detrás de las matas, ¡y cuántas veces los recaudadores llegaron a su cueva y le hicieron preguntas sin motivo!
La situación se tornaba asfixiante. Hasta hoy los hechos no habían pasado de sospechas infundadas, pero estos ladridos sonaban terribles y muy reales. A su sentir, el zorro se había convertido en el objetivo de una maquiavélica persecución y no cabía duda de eso, aunque también podía ser cierto que hubiese otros vulpinos en el monte...
No era momento de consultar al afamado doctor Carl Gustav Búho por una galopante paranoia. Las horas estaban copadas con tres meses de anticipación por innumerables animales que deseaban saber más de ellos mismos, de modo que al zorro no le quedó otra que enfrentarse a la verdad. ¿Y cuál fue la verdad? Ya les advertimos que se trataba de una historia compleja.
La jauría llegó efectivamente a su cueva y el perro mayor preguntó por él, pero las razones de la visita distaban harto de las que imaginaba el zorro. Lo que deseaban los perros no era comérselo, sino proponerle una sociedad. Explicáronle que ellos, simples animales de caza, necesitaban una luz que los guiara. Así dichas las cosas, la ecuación resultaba sencilla: los perros trocaban fuerza por inteligencia. La jauría y el zorro comerían bueno. Eso quedaba garantizado.
Dejemos la moraleja para el final y concentrémonos ahora en la tercera y última parte de la historia, que trata sobre los remordimientos del zorro. Tras la firma del contrato éste se vio recompensado de inmediato con un sabroso filete que venía envuelto en una espesa cola y que devoró en menos de lo que le tomaba dar un salto. Por la noche, sin embargo, reparó en que aquella espesa cola había pertenecido a uno de su especie y se preguntó si era bueno lo que estaba haciendo. Por la mañana bajó a parlar con la jauría, cuyos miembros demostraron ser bastante más inteligentes de lo que él pensaba. Los perros lo invitaron a pasar la tarde en la mansión que habitaban, con piscina y 23 recámaras. Bebieron tequila, sentaron lindas hembras en sus rodillas y cuando Venus apareció en el cielo le confesaron entre abrazos que si no existiesen los amigos, la carne escasearía y lo peor, la vida sería imposible de sobrellevar. Lo dijeron tan cariñosa y sinceramente que el zorro volvió al monte zigzagueando, pero feliz. Se durmió con una pata anclada en el suelo, pensando en una solución para mejorar el descrédito que parecía rodear a la jauría, con la que ahora el raposo de espesa cola se sentía comprometido.
Terminó sus días barrigón y satisfecho de sí mismo. Falleció de una apoplejía, por excesivo consumo de carnes grasas.
Moraleja: la desconfianza atemoriza y enloquece, pero en la familiaridad se halla el germen de la corrupción.

1 comentario:

Fortunata dijo...

La desconfianza atemoriza y enloquece, pero en la familiaridad se halla el germen de la corrupción.

Cierto...entre ambas cosas nos debatimos continuamente.

Besos Dr