miércoles, 4 de agosto de 2010

El lobo y el perro siberiano

El perro siberiano miraba en menos a los demás canes. Íntimamente se sentía superior a ellos por tener los ojos azules.
Rumbo a Siberia trotaba con sus compañeros de raza. La nieve iba cubriendo su pelaje al mismo tiempo que se derretía por el calor que le venía de la piel, de más adentro, de la sangre ardiente del perro siberiano. El trineo comandado por el hombre resplandecía en el silencio del paisaje y dejaba un surco que la nieve borraba en pocos minutos.
En lo más profundo de la tundra los acechaba el lobo, agazapado. Al verlos pasar giró sobre sí mismo y cuando se sintió seguro los persiguió desde lejos, hasta que el trineo dobló una curva y los dejó de ver.
El aullido del lobo se unió a otro surgido en desconocida zona y a otro más, y el lamento triplicado le heló la sangre al conductor. Azuzó a sus animales y los perros siberianos redoblaron la marcha.
En la cabaña los esperaba Olga, con una sopa humeante de huesos de cerdo.
Jamás habrían de llegar.

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