lunes, 9 de agosto de 2010

El gato y Jesucristo

Hubo en los suburbios de la selva un gato que ideó una trampa para perpetuar su nombre. Consistía en sumar méritos para hacerse imprescindible. Por dar unos pocos ejemplos de su ciencia, cazaba ratones sin dejar huellas de sangre, jugueteaba con la agilidad de un bailarín y hasta aprendió a tocar el ukelele. Cumplida la primera parte de su plan venía la segunda: de un día para otro el gato abandonaba a la gata que se había obnubilado con sus gracias y se retiraba del mundo para dedicarse únicamente al ukelele. En eso se parecía un poco a Wakefield y a otros que yo conozco. Luego de pasado un tiempo, cuando advertía que los rasgos de su figura aminoraban en la tela del recuerdo, volvía para hacerse querer con una soltura de cuerpo impresionante.
Llamado a declarar, el búho lo declaró inocente e incluso destacó en el fallo su arte musical.
Pero el gato vivía una contradicción vital, en su fuero interno. Lo que hacía tenía como destino una farsa, eso lo sabía de antemano, pero no conociendo otro sistema, o estando ya tan habituado al suyo, terminaba cayendo en su propia trampa.
El búho lo había absuelto, mas precisaba una condena.
Pasó Jesucristo por la selva y el gato se echó a sus pies antes que nadie. Jesucristo se ofuscó:
-Por qué me molestas.
El gato se le abrazó a las rodillas. Jesucristo le insistió:
-Ando apurado. Qué se te ofrece.
Dijo el gato:
-Condenadme, Señor. Una palabra tuya bastará.
Jesucristo dijo:
-Bueno, ya -y se fue, haciendo una cosa rara con los brazos.
El gato quedó metido.

1 comentario:

Fortunata dijo...

La necesidad de que nos condenen es casi tan grande como la de que nos premien....hasta que uno se libera del premio y el castigo..y sólo se obedece a si mismo.

Besos