lunes, 23 de febrero de 2009

Los tórtolos y el pez martillo

Los tórtolos entraron a la Iglesia sólo cuando la tortolita que habían criado se les enfermó, debido a una involuntaria negligencia de ellos mismos. Antes de eso presumían de bellos, poderosos y felices; esto es, de inmortales.
Muy lejos de su nido, un pez martillo nadaba más y más hondo en el mar, para llegar hasta donde nunca hubiesen llegado sus aletas. Cuando la oscuridad fue absoluta y empezó a sentir mareos detuvo el trayecto. Se declaró semi ganador porque efectivamente logró avanzar más que ninguna otra ocasión, pero no descubrió nada nuevo, salvo que seguía siendo el mismo de siempre: un animal de cabeza y mente anómalas.
Los tórtolos quedaron heridos en el alma y desde ese día tuvieron que apoyarse en la mantis religiosa, que los iba a ver los domingos para recordarles que si las penitencias se acompañan con diezmos valen el doble.
El pez martillo, en tanto, se desesperaba: la hondura no le transmitía nada. Decidió cambiar su obsesión por la de idear combinaciones.
Los tórtolos murieron en paz, el pez martillo no.
Y como en esta fábula no había Cielo, nadie los recibió en las alturas y nunca se pudo saber si de ambas historias se podía extraer una moraleja ejemplarizadora.

1 comentario:

Fortunata dijo...

Está claro que todos nos debatimos entre oraciones, diezmos y profundidades....¿seguro que los tortolitos murieron en paz y no solo acallaron su conciencia a base de ruido de oraciones y alabanzas melosas por su caridad de la amantis religiosa?

Un abrazo