jueves, 13 de noviembre de 2008

La mona chica y los animales de la cárcel

Condenada a cadena perpetua, la mona chica fue a dar a la cárcel. Al día siguiente su celda se llenó de visitantes. La mona chica saltaba de un tronco a otro y sacaba la mano de la reja para recibir golosinas.
La noche era dura. Dormía a ratos, despertaba de frío y saltaba en los troncos, se echaba a la boca restos de bananas, continuaba dormitando. De las otras celdas la canalla protestaba.
-¡Cállate, mona tal por cual!, rugía el león malvado.
-Vete a la cama, hija, siseaba la cínica serpiente.
-Guaaaaa-rda silencio, suplicaba la oveja, que contaba lobos en su insomnio.
Con los rayos del sol los animales volvían a lo suyo. La mona recibía a sus visitas y saltaba de alegría. En días de tormenta la impaciente espera consumía sus ansias y al atardecer se iba deprimiendo; en vano las hienas vestidas de gendarmes le hacían arrurrú. Así se pasó la vida entera. Vio enfermar a la oveja, reemplazar a un león por otro, mudar de piel a la serpiente. Hasta los visitantes cambiaron de ropa.
Pero ella nunca pudo ser de otra manera. Se la conoció siempre como la mona chica y así se la quiso y protegió.
El alcaide cuenta que al morir salió en el diario. Hablamos de un elefante sesentón que usa ropa de lino.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Pobre mona chica...na parece que fuera muy feliz en la carcel...
¿Por qué salió en los diarios cuando murió?
¿Quien era el elefante sesentón?

Besos