jueves, 6 de noviembre de 2008

El pato y el gallo

Pataleaba el pato en la laguna, luego se hundía. Luego emergía, luego se hundía nuevamente. Así pasó la tarde entera, hasta que comenzó a oscurecer. Las copas de los árboles se iban blanqueando con la nieve, cambiaba el tiempo, venía una tormenta. Nadó el pato hasta los juncos, donde lo esperaban los demás palmípedos, bastante preocupados.
Habló el jefe:
-Ya se acerca la hora -dijo.
Los demás bajaron la vista, y hubo uno que lloró.
El que lloró intentó usar la palabra:
-No quiero irme -rogó.
Los demás callaron, incómodos; se hizo un silencio que le devolvió su poderío al bosque, más grande que nunca.
El jefe dictaminó:
-Emigramos mañana, con el canto del gallo.
El pato llorón entró esa noche para callado al gallinero, le abrió el pico al gallo y le metió un somnífero. Volvió a los juncos y se durmió como un bebé.
Antes de clarear el alba, el galló cantó con exactitud suiza.
-Arribano surano, arribanos son los del sur -exclamó el jefe; todos despertaron y se echaron a volar.
El cielo era una capa de nieve y nubes de una belleza infinita, ciega e invisible. Los aleteos de la bandada semejaban palmetazos serenos; nadie hablaba.
El pato llorón cerraba el grupo. Ya no se sentía tan triste; es más, le costaba disimular la alegría que le proporcionaba el batido de sus alas dentro del blanco velo majestuoso.
Antes de arrojar las pastillas al valle miró la fecha del remedio:
¡El frasco estaba vencido!
Moraleja: la Hora no se puede adelantar ni se puede atrasar.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Si... no queda mas que aceptar lo que hay...y hasta puede ser que nos alegremos como el pato llorón...muy bonitas las descripciones ....
Besos