miércoles, 7 de mayo de 2008

El cordero y la gallina

El corderito vivía feliz hasta el día en que lo trasquilaron. Él no sabía lo que era eso y cuando el capataz abrió las tijeras se asustó. Luego pasó el susto, porque no dolía, pero le dio un poco de frío. Al salir del corral se dio cuenta de que estaba completamente pelado. Sintió vergüenza de que lo vieran así y trató de ocultarse, pero ya era tarde, porque en el gallinero el cacareo era atroz.
Entre las que más cacareaban destacaba una gallina histérica que no podía parar. No se sabía si era llanto o risa lo que salía de su pico, mas el corderito de una cosa estaba seguro: el infernal cacareo lo tenía por destinatario.
Llegó el otoño y se volvió a cubrir de lana. Lucía magnífico.
Un día domingo vio a la dueña de casa entrar al gallinero. La mujer perseguía a las aves al azar hasta que agarró a una del cogote: justo a la gallina histérica, que pataleó en vano para zafarse de su ama. Ésta le ahorró mayores sufrimientos pues no más entró con ella a la cocina le estiró el cogote. La candidez del corderito lo llevó a mirar por la ventana, pero mejor no lo hubiese hecho, porque el shock fue tremendo. Sobre un plato de la cocina a leña había una olla de agua hirviendo. La gallina histérica yacía en la mesa, decapitada y completamente desnuda. Del sector anatómico en que una vez estuvo su cogote brotaba un hilo de sangre y más allá, asomados a una cacerola, sus ojos sin párpados lo miraban intensamente. En el basurero reconoció las plumas, mezcladas con cáscaras de papas y cebollas. Ruborizado hasta el último rizo se retiró de las inmediaciones de la casa, rumbo a la pradera. Allí se prometió dos cosas: guardar prudencia en sus actos futuros y no comentar con nadie lo que había visto.
Por más que la busco, a esta fábula no le consigo hallar la moraleja.

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