martes, 13 de mayo de 2008

El búho y su hijito

La fábula que se narra a continuación no se parece a la que en su tiempo relató La Fontaine con maestría, y que no está de más recordar, para los que no la hayan leído. En síntesis, mamá búho le rogó al águila que no se comiera a sus hijitos y ésta aceptó, por un favor que le debía. Al pedirle que describiera a sus retoños, para frenar la tentación si los divisaba en el nido, mamá búho confeccionó un retrato lleno de virtudes y remató afirmando que eran "los animales más bellos de la selva, sin duda alguna". Pues bien, esa misma tarde el águila sobrevoló el nido y se los comió.
Ninguna madre he conocido que hable mal de sus hijos; antes bien, los llenan de inmerecidas alabanzas. El orden natural es que las cosas sean así para que las especies proliferen al cuidado de quienes corresponda. Mas también hay en esta fábula una consideración no menos importante, que nace de la espontánea risa que nos provoca la descripción de mamá búho acerca de sus monstruitos. Ella es: ¿quién determina lo que es bello y lo que es feo, quién determina lo que es bueno y lo que es malo? ¿Quién fija el canon? O en otras palabras, ¿son la inteligencia, las líneas que se dicen armónicas, el poder, el dinero o la simple mayoría las reglas absolutas que dictaminan qué animal es mejor que otro?
Pero nos hemos desviado de la fábula, que de seguir en análisis como éstos desembocaría bien pronto en Sócrates, Platón y Aristóteles, me temo.
Esta historia es bastante más sencilla. Trata del búho y su hijito, quien consideraba sabio a su padre y como él, ser quería.
Papá, tú que sabes tanto dime cómo aprendiste. Y el papá le cambiaba el tema. Papá, quiero ser sabio como tú. Y el papá reía. Papá, ¿seré sabio cuando sea grande? Entonces papá búho le habló:
-Hijo, tú quieres ser sabio. A mí me gustaría ser niño.
-¿Por qué, papá?
-Para ser sabio.
-Pero sabio viene de saber, papá.
-No, hijo. Sabio viene de no saber.
-¿Entonces yo soy sabio?
-Sí, hijo, pero no lo sabes.
-¿Y tú no eres sabio entonces?
-No, hijo. Yo soy ignorante, y lo sé.
-¡Pero yo sé menos que tú!
-Así es.
-Entonces yo quiero ser ignorante, para no saber tanto como tú no sabes.
-¿Y por qué te interesa no saber aún más, si con lo que no sabes ya eres sabio?
-Papá, basta, tú no entiendes. Lo que yo quiero es ser campeón, porque es rico...
-Hijo. Has dado el primer paso hacia la ignorancia...
No se desprenda de esta fábula una moraleja de corte oriental o hinduista. El verdadero sentido es demostrar que los niños a menudo piensan como adultos, y nos cuesta aceptarlo.

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