martes, 13 de enero de 2009

El perro, la jueza, San Pedro y Dios

Compareció el perro ante la jueza. Antes de hacer uso de la palabra pidió que le aflojaran los grilletes; la jueza dio su visto bueno y leyó la acusación, pero nunca lo miró a los ojos. El perro tomó aire y alegó como pudo, porque en esos tiempos los perros no tenían derecho a un abogado defensor. En su lenguaje trató de decir que las acusaciones eran falsas, ya que sus correrías por el mundo sólo habían obedecido a pie juntilla las normas que dictaba la vida natural. Pero lo dijo tan mal que a la jueza la sentencia se le hizo fácil. Fue condenado a salir en los diarios y a leer en voz alta el "Manual del buen vivir en sociedad" los primeros domingos de cada mes por el resto de su vida, por los siguientes cargos: homicidio con alevosía y por el solo gusto de matar de 14 (catorce) ejemplares de felis silvestris catus, mamífero también conocido como gato doméstico; violación de 7 (siete) especies cánidas menores de edad, violación de 14 (catorce) especies cánidas de razas notablemente menores en tamaño, abandono de 6 (seis) cachorros presumiblemente suyos a pocos días de nacer, exhibicionismo lascivo en la plaza pública, ofensa al pudor al mandarse al pecho en distintos momentos de su vida a 167 (ciento sesenta y siete) perras que vio en la calle, robo con violencia de 1 (un) hueso de pernil desde una casa del vecindario, hurto de 1,1 kg. (un kilo cien) de posta negra, ladrido en horas de la noche, depósito de mojones (número indeterminado) a diestra y siniestra en sectores no autorizados, participación en categoría de líder en desorden perruno con grave daño a la propiedad pública durante un desfile militar.
El perro aceptó todos los cargos menos el de los cachorros y exigió prueba de ADN, que le fue negada. No vivió mucho tiempo, pues falleció de una brusca hemorragia digestiva.
Quiso el destino que por esos mismos días la jueza también falleciera, víctima de un conductor que no respetó un disco Ceda el paso.
Cuando llegó a las puertas del Cielo miró por el ojo de la cerradura y vio al perro corriendo por los prados del paraíso, lo que le llamó mucho la atención. En ese momento el ojo se tapó porque justo San Pedro metió la llave y abrió las puertas de par en par. La jueza ingresó como Bette Davis, poco menos que pidiendo alfombra roja. San Pedro la hizo pasar a una sala de espera y luego de 3.455 (tres mil cuatrocientos cincuenta y cinco) años volvió para darle la mala noticia. Le explicó que Dios estaba "algo ocupado", pero que había dejado un papelito para ella. Sin mirarla a los ojos leyó lo que sigue:
"Señora jueza, pues la han llamado Señora, no voy a cambiar las cosas en este momento, aunque ¿qué me dice de la Sucursal? ¿O no estaba en sus tablas de la ley?
"Sus fallos fueron justos, está bien, lo concedo, pero yo, ¿dónde estaba mientras usted se andaba paseando por el mundo como Pedro por su casa? ¿Señora? ¡Ja, bájate Pacheco!
"Le voy a decir una sola cosa: usted se enamoró de Dios pero le tuvo miedo, ¿y sabe a qué le tuvo miedo? No fue a mí, como usted piensa: usted le tuvo miedo al amor. No se atrevió a acercarse al amor porque creyó que si se le acercaba demasiado el amor la rechazaría y usted se quedaría sola, sufriendo penas de amor. Entonces eligió ser buena juzgando a los demás".
La jueza terminó de escucharlo con las manos cruzadas sobre su falda gris. San Pedro abrió la puerta y la mandó al infierno de una chuleta en la raja.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Malo, malo, eso de tenerle miedo al amor....(¿Al amor o al sexo?) Malo, malo de todas formas...no hay que tener miedo a ninguno de los dos.