lunes, 16 de junio de 2008

El camello jubilado y el elefante sacerdote

Jubiló el camello oficinista y le hicieron una linda fiesta. Recordaron los camaradas sus andanzas y se despidieron de él en una esquina entre abrazos, al clarear el alba. En su desierto natal, lejos del mundanal ruido, los primeros días se sintió serenamente feliz. Luego empezó a cundirle la ansiedad. Descubrió que necesitaba un confidente, pues las amenidades de su diario vivir, si no las contaba pasaban a ser letra muerta. Jamás había sentido el más mínimo apego por su trabajo de rumiador de carpetas, pero nunca pensó que le hiciera tanta falta. Picado por una insana curiosidad, un día viajó expresamente a la oficina para averiguar quién lo había sustituido. Se arrimó a la ventana y al ver a un camello parecido a él, pero más joven, sintió una rabiosa envidia y ganas de llorar. Volvió a su pueblo en el último bus de la tarde.
En el paradero nadie lo esperaba. Llegó caminando a su casa, encendió el televisor y se sentó a disfrutar lo que le ofreciera la fortuna. Dispuso ésta que antes de proyectarse la película de medianoche irrumpiera en la pantalla un elefante cuya abundante papada apenas dejaba ver sus hábitos de sacerdote. Tomó la palabra y lo miró a los ojos: ¡Hijo, a ti te hablo! Otros debaten sobre el precio del petróleo, la marcha estudiantil, el partido de fútbol, la canción de moda. Tú eres de los que se miran el ombligo, vanidad de vanidades. Yo le hablo a Dios y Dios me escucha JA JA JA pero a ti nadie te escucha JA JA JA morirás canalla JA JA JA desagradecido.
El camello experimentó intensa sudoración al oír estas violentas palabras y despertó del mal sueño provocado por la fiesta de despedida. Consideró, sin embargo, la pesadilla como un mensaje digno de ser tomado en cuenta y esa misma mañana acudió a la placita del desierto con una bolsa de migas para las palomas.

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