viernes, 18 de abril de 2008

Los peces y las flechas gigantes

Hubo un gran accidente marino. Naufragó a la cuadra de Chañaral un barco que transportaba toneladas de fierro macizo destinadas a armaduras de hormigón. El barco se dio vuelta de campana y los fierros, que permanecían al aire libre en la cubierta, descendieron a la fosa abisal antes que la nave. Por efecto de la presión fueron tomando el sentido vertical, de manera que al llegar al fondo quedaron clavados como estacas y el barco los remachó, cual martillo.
Tan extraño paisaje repentino sorprendió a los monstruosos peces que habitan esas profundidades. El rey llamó a asamblea y ofreció la palabra. El pez linterna sostuvo que se estaba haciendo dificultoso salir a procurarse el alimento, con tanto fierro levantado desde la arena, aunque concedió que la visita a los restos del mercante sacaba de la rutina los fines de semana. El pez ciego dijo que según lo que le habían contado sus abuelos, los fierros parecían "árboles de bosque". No supo explicar qué quería decir aquello. El pez luciérnaga agradeció la llegada de estas "lanzas de advertencia" y prometió desde ya rezar todas las noches. El pez bazofia apuntó que su cuerpo al pasar entre los fierros se estaba acostumbrando a nadar al estilo del dribling de los futbolistas, según había visto en alguna parte o le habían contado. El rey puso fin a la asamblea y no se llegó a ninguna conclusión.
Cuarenta años después nadie recordaba el origen de esas hilachas que bailaban en el agua, a punto de desintegrarse por efecto de la corrosión. Todos los testigos de la lluvia de flechas gigantes ya habían muerto y sus descendientes repetían un mito según el cual el Eterno Pez sin Branquias les envió un día catedrales góticas para que sus vidas tuvieran sentido. Durante ese tiempo, en efecto, y aparte de otras consideraciones, los peces se acostumbraron a transitar entre agujas elevadas y fueron grandemente espirituales. Pero ahora las costumbres cedían, junto con el material de construcción.

No hay comentarios: