miércoles, 10 de diciembre de 2008

La ballena, el arponero y Alfred Hitchcock

Atraído por sus promesas voluptuosas, que se adivinaban desde lejos, el arponero llegó a las tierras del cetáceo y se puso a esperarlo arpón en mano. Se trataba de una hembra colosal que raras veces emergía desde el depósito de lava del volcán, su casa. Cuando lo hacía buscaba grietas, acomodaba su cuerpo resbaloso y salía a la superficie a tomar aire. Luego retornaba a las profundidades de la tierra. Era entonces, como se ha descrito, una ballena de tierra.
Al arponero se le habían dado las coordenadas perfectas para cazar al ansiado ejemplar; sólo era cosa de esperar en la baranda de un puente. Y así lo hizo: esperó y esperó y mientras lo hacía fue conociendo esa tierra, y se maravilló. Había iglesias por doquier, altares de oro, edificios de piedra canteada con arcos a la usanza española, palacios, mercados.
Pero seguía esperando pues, a pesar de tanta maravilla, su propósito original continuaba siendo otro, aunque se iba desvaneciendo con los días.
Una tarde miró en torno suyo y descubrió que estaba dentro de un set de filmación. "De modo que se trata de una película en la que actúo yo", reflexionó con una mezcla de ansiedad -por lo extraño del asunto- y rabia, por sentirse estafado. Su ánimo general podría traducirse como maravillado dentro de una tremenda frustración.
"¿Quién será el director de esta película?", pensó y en eso vio la clásica figura de Alfred Hitchcock, paseando con el único fin de ser captado por las cámaras.
-Maestro -dijo el arponero- dígame qué estoy haciendo aquí.
-Aprendiendo a través de una actuación -respondió el sabio director.
-¿Y la ballena?
-¿Aún no lo adivina? La ballena es el McGuffin.

No hay comentarios: