domingo, 19 de mayo de 2013

Asamblea anual de hormigas


Las hormigas, que eran miles, pero invisibles bajo la hojarasca, habían  logrado sortear el último peligro, no sin sufrir bajas ni daño estructural. Debieron reorganizar la colonia y subir de nivel el trono de la reina, para lo cual clausuraron túneles, abrieron otros y redistribuyeron las funciones de obreras y soldados. Los heridos  terminales fueron muertos y los muertos, enterrados. En suma, se hallaban débiles, pero al mismo tiempo enérgicas. Comenzaban a vivir un nuevo ciclo.
Hacían las cosas de una sola manera; esa era la base de su éxito en el gran mundo.
Nunca tuvieron demasiado, jamás lograron construir imperios, mas hasta ahora no se puede decir que hayan sufrido ni siquiera una vez la humillación de habitar en poblaciones callampas.
El hormiguero, intranquilo ante la derrota pasajera, convocó a su reunión anual. Entre la serie de iniciativas predecibles una hormiga flacuchenta alzó la voz y gritó ¡revolución! Argumentó que la solución de los males de la hormiga en la faz de la tierra sería hacer las cosas al modo del hombre, y dio numerosos ejemplos del boato y esplendor de la raza humana.
Su arenga no duró ni cinco minutos. El hormiguero confundió su retorcida inteligencia con la irrupción del Ángel de las Alas Rotas, tan anunciado en las sagradas escrituras de la especie. Fue condenada a morir asada a fuego lento, y sus hermanos y hermanas le devoraron las entrañas.